jueves, 6 de septiembre de 2012

El Médico


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Ser médico es estar al lado del enfermo, nunca por encima de él.

Por: Dra. Fátima Gutiérrez
        Pastoral de la Salud Vicaría Episcopal de Promoción Humana

Ser médico en esta época en el que se lucha contra una cultura de muerte, es todo un reto y se torna  aún más difícil para un medico católico, que debe defenderla y cuidarla desde la concepción, en todas sus etapas y  hasta su finalización natural.La vida es un regalo gratuito de Dios.

Aprendí que para ser un buen médico se necesita las tres “haches”:humor, humanidad y humildad. Humor como parte fundamental de la terapia de la vida, reír y disfrutar a los y con los pacientes.

Humanidad teniendo presente que cada paciente es una persona no una enfermedad y que fue creado a imagen y semejanza de Dios, que posee una altísima dignidad que estamos llamados a respetar y a promover.La humanidad nos lleva a afirmar que "ser" con el enfermo puede ser más importante que el "quehacer". Significa escucharlo, acogerlo con sus preocupa­ciones, esperanzas, dificultades, con su historia, sus miedos, sus angustias; centrarnos en su persona, reafirmando su dignidad y su grandeza de ser creación de Dios.

Humildad como principio de la sabiduría humana, establecer con él enfermo  una relación de igual a igual, siempre  a su lado nunca por encima de él. Estar consiente de mis limitaciones como profesional y ponerlas ante Dios.

Al médico se le exige, y él debe exigirse a sí mismo, abandonar antiguas posiciones de privilegio y revestirse de humildad, actitud de servicio y amor.
Tenemos que reconocer el supremo valor del hombre, su dignidad, su libertad, su transcendencia en cualquier situación de salud y de enfermedad. El derecho que tiene el hombre a vivir su vida y su muerte propias sin expropiárselas con nuestros tecnicismos.
La fórmula que me ha permitido realizarme como cristiana y profesional, ha sido el meterme en la piel del enfermo que acude en busca de mi servicio, sentir lo que ellos sienten me ha permitido estar atenta a sus problemas, estar accesible, a que  las personas no les cueste hacerme una consulta sobre su estado de salud.  El medico católico es aquel que conociendo sus limitaciones, antes de recibir a un paciente recuerda invocar al Espíritu Santo, para que le conceda la gracia de la sanidad y los dones de ciencia, consejo, entendimiento y humildad. Los recuerda no solo antes que ingresen a la consulta, sino también en la eucaristía en lo posible diaria y en sus oraciones.
Ser médico católico es ser como Cristo Buen Samaritano, expresando la totalidad del acercamiento terapéutico del buen samaritano, que cuando cura anuncia la buena noticia del Padre.

Juan Pablo II nos dice que buen samaritano es aquel que sabe:
• Detenerse: pararse, encontrar tiempo y espacio, no pasar de largo, estar dispuestos a cambiar programa, no permanecer indi­ferentes.
• Acercarse: para escuchar, comprender, com­partir, acompañar.
• Darse: hacerse don, cargar y cuidar, hacerse prójimo, vendar heridas con óleo y vino. Hospedar al enfermo en nuestro corazón, para que se sienta como en su casa. Ser compañía silenciosa y cariñosa.
El médico católico es el que descubre en su vocación personal una aspiración a “ser la imagen viva de Cristo y de su Iglesia en el amor a los enfermos y los que sufren” "Sólo un hombre humano puede ser un buen médico. La medicina si es ejercida con amor, como cosa sagrada, solo debe de enseñarse a personas sagradas, esto es, dignas de respeto y veneración". Hipócrates 400 A.C.

Por tal motivo felicitamos en el mes de Julio a todos los médicos católicos que realizan esta gran misión.


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